Llegando el que cantaba á este punto, le pareció á Dorotea que no sería bien que dejase Clara de oir una tan buena voz; y así, moviéndola á una y otra parte, la despertó, diciéndole:
—Perdóname, niña, que te despierte, pues lo hago porque gustes de oir la mejor voz que quizá habrás oído en toda tu vida.
Clara despertó toda soñolienta, y de la primera vez no entendió lo que Dorotea le decía, y húboselo de preguntar; ella se lo volvió á decir, por lo cual estuvo atenta Clara; pero apenas hubo oído dos versos, que el que cantaba iba prosiguiendo, cuando le tomó un temblor tan extraño, como si de algún grave accidente de cuartana estuviera enferma, y abrazándose estrechamente con Dorotea, le dijo:
—¡Ay señora de mi alma y de mi vida! ¿para qué me despertastes? que el mayor bien que la fortuna me podía hacer por ahora era tenerme cerrados los ojos y los oídos para no ver ni oir á ese desdichado músico.
—¿Qué es lo que dices, niña? Mira que dicen que el que canta es un mozo de mulas.
—No es sino señor de lugares, respondió Clara, y el que le tiene en mi alma con tanta seguridad, que si él no quiere dejalle, no le será quitado eternamente.
Admirada quedó Dorotea de las sentidas razones de la muchacha, pareciéndole que se aventajaba en mucho á la discreción que sus pocos años prometían, y así, le dijo:
—Habláis de modo, señora Clara, que no puedo entenderos: declaraos más, y decidme, ¿qué es lo que decís de alma y de lugares, y deste músico, cuya voz tan inquieta os tiene? Pero no me digáis nada por ahora, que no quiero perder, por acudir á vuestro sobresalto, el gusto que recibo de oir al que canta, que me parece que con nuevos versos y nuevo tono torna á su canto.
—Sea en buen hora, respondió Clara.
Y por no oílle, se tapó con las manos entrambos oídos, de lo que también se admiró Dorotea, la cual, estando atenta á lo que se cantaba, vió que proseguían en esta manera: