mi padre no lo haré por cuanto hay en el mundo. No querría sino que este mozo se volviese y me dejase; quizá con no velle, y con la gran distancia del camino que llevamos, se me aliviaría la pena que ahora llevo; aunque sé decir que este remedio que me imagino me ha de aprovechar bien poco. No sé qué diablos ha sido esto, ni por dónde se ha entrado este amor que le tengo, siendo yo tan muchacha y él tan muchacho, que en verdad que creo que somos de una misma edad, y que yo no tengo cumplidos diez y seis años; que para el día de San Miguel que vendrá, dice mi padre que los cumplo.
No pudo dejar de reírse Dorotea, oyendo cuán como niña hablaba doña Clara, á quien dijo:
—Reposemos, señora, lo poco que creo queda de la noche, y amanecerá Dios y medraremos, ó mal me andarán las manos.
Sosegáronse con esto, y en toda la venta se guardaba un gran silencio; solamente no dormían la hija de la ventera y Maritornes, su criada; las cuales, como ya sabían del humor de que pecaba don Quijote, y que estaba hiera de la venta armado y á caballo, haciendo la guarda, determinaron las dos de hacelle alguna burla, ó á lo menos de pasar un poco el tiempo oyéndole sus disparates. Es, pues, el caso, que en toda la venta no había ventana que saliese al campo, sino un agujero de un pajar, por donde echaban la paja por defuera. A este agujero se pusieron las dos semidoncellas, y vieron que don Quijote estaba á caballo, recostado sobre su lanzón, dando de cuando en cuando tan dolientes y profundos suspiros, que parecía que con cada uno se le arrancaba el alma; y asimismo oyeron que decía con voz blanda, regalada y amorosa:
—¡Oh, mi señora Dulcinea del Toboso, extremo de toda hermosura, fin y remate de la discreción, archivo del mejor donaire, depósito de la honestidad, y ultimadamente idea de todo lo provechoso, honesto y deleitable que hay en el mundo! ¿y qué fará agora la tu merced? ¿Si tendrás por ventura las mientes en tu cautivo caballero, que á tantos peligros, por sólo servirte, de su voluntad ha querido