otros designios suyos, no gustare deste bien que yo supe buscarme, más fuerza tiene el tiempo para deshacer y mudar las cosas, que las humanas voluntades.
Calló, en diciendo esto, el enamorado mancebo, y el oidor quedó en oirle suspenso, confuso y admirado, así de haber oído el modo y la discreción con que don Luis le había descubierto su pensamiento, como de verse en punto que no sabía el que poder tomar en tan repentino y no esperado negocio; y así, no respondió otra cosa sino que se sosegase por entonces, y entretuviese á sus criados que por aquel día no le volviesen, porque se tuviese tiempo para considerar lo que mejor á todos estuviese. Besóle las manos por fuerza don Luis, y aun se las bañó con lágrimas: cosa que pudiera enternecer un corazón de mármol, no sólo el del oidor, que, como discreto, ya había conocido cuán bien le estaba á su hija aquel matrimonio; puesto que, si fuera posible, lo quisiera efectuar con voluntad del padre de don Luis, del cual sabía que pretendía hacer de título á su hijo.
Ya á esta sazón estaban en paz los huéspedes con el ventero; pues por persuasión y buenas razones de don Quijote, más que por amenazas, le habían pagado todo lo que él quiso; y los criados de don Luis aguardaban el fin de la plática del oidor y la resolución de su amo, cuando el demonio, que no duerme, ordenó que en aquel mismo punto entró en la venta el barbero á quien don Quijote quitó el yelmo de Mambrino, y Sancho Panza los aparejos del asno, que trocó con los del suyo; el cual barbero, llevando su jumento á la caballeriza, vió á Sancho Panza que estaba aderezando no sé qué de la albarda; y así como la vió, la conoció, y se atrevió á arremeter á Sancho, diciendo:
—¡Ah don ladrón, que aquí os tengo! venga mi bacía y mi albarda, con todos mis aparejos, que me robastes.
Sancho, que se vió acometer tan de improviso, y oyó los vituperios que le decían, con la una mano asió de la albarda, y con la otra dió un mojicón al barbero, que le bañó los dientes en sangre; pero no por esto