Página:El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de La Mancha (1905, vol 1).djvu/720

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida
488
DON QUIJOTE DE LA MANCHA

otros designios suyos, no gustare deste bien que yo supe buscarme, más fuerza tiene el tiempo para deshacer y mudar las cosas, que las humanas voluntades.

Calló, en diciendo esto, el enamorado mancebo, y el oidor quedó en oirle suspenso, confuso y admirado, así de haber oído el modo y la discreción con que don Luis le había descubierto su pensamiento, como de verse en punto que no sabía el que poder tomar en tan repentino y no esperado negocio; y así, no respondió otra cosa sino que se sosegase por entonces, y entretuviese á sus criados que por aquel día no le volviesen, porque se tuviese tiempo para considerar lo que mejor á todos estuviese. Besóle las manos por fuerza don Luis, y aun se las bañó con lágrimas: cosa que pudiera enternecer un corazón de mármol, no sólo el del oidor, que, como discreto, ya había conocido cuán bien le estaba á su hija aquel matrimonio; puesto que, si fuera posible, lo quisiera efectuar con voluntad del padre de don Luis, del cual sabía que pretendía hacer de título á su hijo.

Ya á esta sazón estaban en paz los huéspedes con el ventero; pues por persuasión y buenas razones de don Quijote, más que por amenazas, le habían pagado todo lo que él quiso; y los criados de don Luis aguardaban el fin de la plática del oidor y la resolución de su amo, cuando el demonio, que no duerme, ordenó que en aquel mismo punto entró en la venta el barbero á quien don Quijote quitó el yelmo de Mambrino, y Sancho Panza los aparejos del asno, que trocó con los del suyo; el cual barbero, llevando su jumento á la caballeriza, vió á Sancho Panza que estaba aderezando no sé qué de la albarda; y así como la vió, la conoció, y se atrevió á arremeter á Sancho, diciendo:

—¡Ah don ladrón, que aquí os tengo! venga mi bacía y mi albarda, con todos mis aparejos, que me robastes.

Sancho, que se vió acometer tan de improviso, y oyó los vituperios que le decían, con la una mano asió de la albarda, y con la otra dió un mojicón al barbero, que le bañó los dientes en sangre; pero no por esto