adonde aun todavía traían los dos huéspedes á mal traer al ventero; pero así como llegó, embazó y se estuvo quedo, aunque Maritornes y la ventera le decían que ¿en qué se detenía? que socorriese á su señor y marido.
—Deténgome, dijo don Quijote, porque no me es lícito poner mano á la espada contra gente escuderil; pero llamadme aquí á mi escudero Sancho; que á él toca y atañe esta defensa y venganza.
Esto pasaba en la puerta de la venta, y en ella andaban las puñadas y mojicones muy en su punto; todo en daño del ventero y en rabia de Maritornes, la ventera y su hija, que se desesperaban de ver la cobardía de don Quijote, y de lo mal que lo pasaba su marido señor y padre.
Pero dejémosle aquí; que no faltará quien le socorra, ó si no, sufra y calle el que se atreve á más de lo que sus fuerzas le permiten, y volvámonos atrás cincuenta pasos, á ver qué fué lo que don Luis respondió al oidor; que le dejamos aparte, preguntándole la causa de su venida á pie y de tan vil traje vestido.
A lo cual el mozo, asiéndole fuertemente de las manos, como en señal de que algún gran dolor le apretaba el corazón, y derramando lágrimas en grande abundancia, le dijo:
—Señor mío, yo no sé deciros otra cosa sino que desde el punto que quiso el cielo, y facilitó nuestra vecindad, que yo viese á mi señora doña Clara, hija vuestra y señora mía, desde aquel instante la hice dueña de mi voluntad; y si la vuestra, verdadero señor y padre mío, no lo impide, en este mismo día ha de ser mi esposa. Por ella dejé la casa de mi padre, y por ella me puse en este traje, para seguirla dondequiera que fuese, como la saeta al blanco ó como el marinero al Norte. Ella no sabe de mis deseos más de lo que ha podido entender de algunas veces que desde lejos ha visto llorar mis ojos. Ya, señor, sabéis la riqueza y la nobleza de mis padres, y cómo yo soy su único heredero; si os parece que estas son partes para que os aventuréis á hacerme en todo venturoso, recibidme luego por vuestro hijo; que si mi padre, llevado de