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DON QUIJOTE DE LA MANCHA

muy bien de todos los instrumentos de la barbería, sin que le falte uno; y ni más ni menos, fui un tiempo en mi mocedad soldado, y sé también qué es yelmo y qué es morrión y celada de encaje, y otras cosas tocantes á la milicia (digo á los géneros de armas de los soldados); y digo (salvo mejor parecer, remitiéndome siempre al mejor entendimiento) que esta pieza que está aquí delante, y que este buen señor tiene en las manos, no sólo no es bacía de barbero, pero está tan lejos de serlo como está lejos lo blanco de lo negro, y la verdad de la mentira; también digo que éste, aunque es yelmo, no es yelmo entero.

—No por cierto, dijo don Quijote, porque le falta la mitad, que es la babera.

—Así es, dijo el cura, que ya había entendido la intención de su amigo el barbero; y lo mismo confirmó Cardenio, don Fernando y sus camaradas, y aun el oidor, si no estuviera tan pensativo con el negocio de don Luis, ayudara por su parte á la burla; pero las veras de lo que pensaba le tenían tan suspenso, que poco ó nada atendía á aquellos donaires.

—¡Válame Dios! dijo á esta sazón el barbero burlado: ¡que es posible que tanta gente honrada diga que ésta no es bacía, sino yelmo! Cosa parece esta que puede poner en admiración á toda una universidad, por discreta que sea. Basta; si es que esta bacía es yelmo, también debe de ser esta albarda jaez de caballo, como este señor ha dicho.

—A mí albarda me parece, dijo don Quijote; pero ya he dicho que en eso no me entremeto.

—De que sea albarda ó jaez, dijo el cura, no está en más de decirlo el señor don Quijote; que en estas cosas de la caballería, todos estos señores y yo le damos la ventaja.

—Por Dios, señores míos, dijo don Quijote; que son tantas y tan extrañas las cosas que en este castillo, en dos veces que en él he alojado, me han sucedido, que no me atreva a decir afirmativamente ninguna cosa de lo que, acerca de lo que en él se contiene, se preguntare; porque imagino que cuanto en él se trata va por vía de encanta-