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DON QUIJOTE DE LA MANCHA

—En una lo diré, replicó don Quijote, y es esta: que luego al punto dejéis libre á esa hermosa señora, cuyas lágrimas y triste semblante dan claras muestras que la lleváis contra su voluntad, y que algún notorio desaguisado le habedes fecho; y yo, que nací en el mundo para desfacer semejantes agravios, no consentiré que un solo paso adelante pase, sin darle la deseada libertad que merece.

Con estas razones cayeron todos los que las oyeron en que don Quijote debía de ser algún hombre loco, y tomáronse á reir muy de gana, cuya risa fué poner pólvora á la cólera de don Quijote, porque, sin decir más palabra, sacando la espada, arremetió á las andas. Uno de aquellos que las llevaban, dejando la carga á sus compañeros, salió al encuentro de don Quijote, enarbolando una horquilla ó bastón con que sustentaba las andas en tanto que descansaba; y recibiendo en ella una gran cuchillada que le tiró don Quijote, con que se la hizo tres partes, con el último tercio, que le quedó en la mano, dió tal golpe á don Quijote encima de un hombro (por el mismo lado de la espada, que no pudo cubrir el adarga contra la villana fuerza), que el pobre don Quijote vino al suelo muy mal parado. Sancho Panza, que, jadeando, le iba á los alcances, viéndole caído, dió voces á su moledor que no le diese otro palo, porque era un pobre caballero encantado, que no había hecho mal á nadie en todos los días de su vida; mas lo que detuvo al villano no fueron las voces de Sancho, sino el ver que don Quijote no bullía ni pie ni mano; y así, creyendo que le había muerto, con priesa se alzó la túnica á la cinta, y dió á huir por la campaña como un gamo.

Ya en esto llegaban todos los de la compañía de don Quijote adonde él estaba; mas los de la procesión, que los vieron venir corriendo, y con ellos los cuadrilleros con sus ballestas, temieron algún mal suceso, y hiciéronse todos un remolino alrededor de la imagen; y alzados los capirotes, empuñando las diciplinas, y los clérigos los ciriales, esperaban el asalto, con determinación de defenderse, y aun ofender, si pudiesen, á sus acometedores; pero la fortuna lo hizo mejor que se pensaba, porque Sancho no hizo otra cosa que arrojarse