el decoro del que habla, con mucha propiedad y entendimiento. Digo, pues, salvo vuestro buen parecer, señor maese Nicolás, que éste y Amadís de Gaula queden libres del fuego, y todos los demás, sin hacer más cala y cata, perezcan.
—No, señor compadre, replicó el barbero; que este que aquí tengo es el afamado Don Belianis.
—Pues ese, replicó el cura, con la segunda, tercera y cuarta parte, tienen necesidad de un poco de ruibarbo para purgar la demasiada cólera suya, y es menester quitarles todo aquello del castillo de la Fama, y otras impertinencias de más importancia, para lo cual se les da término ultramarino; y como se enmendaren, así se usará con ellos de misericordia ó de justicia; y, en tanto, tenedlos vos, compadre, en vuestra casa; mas no los dejéis leer á ninguno.
—Que me place, respondió el barbero.
Y sin querer cansarse más en leer libros de caballerías, mandó al ama que tomase todos los grandes y diese con ellos en el corral.
No se dijo á tonta ni á sorda, sino á quien tenía más gana de quemallos que de echar una tela, por grande y delgada que fuera; y asiendo casi ocho de una vez, los arrojó por la ventana.
Por tomar muchos juntos, se le cayó uno á los pies del barbero, que le tomó gana de ver de quién era, y vió que decía: Historia del famoso Caballero Tirante el Blanco.
—¡Válame Dios! dijo el cura, dando una gran voz: ¿que aquí está Tirante el Blanco? Dádmele acá, compadre; que hago cuenta que he hallado en él un tesoro de contento y una mina de pasatiempos. Aquí está don Kirieleisón de Montalbán, valeroso caballero, y su hermano Tomás de Montalbán y el caballero Fonseca, con la batalla que el valiente de Tirante hizo con el alano, y las agudezas de la doncella Placerdemivida, con los amores y embustes de la viuda Reposada, y la señora emperatriz, enamorada de Hipólito, su escudero. Dígoos verdad, señor compadre, que por su estilo es éste el mejor libro del mundo: aquí comen los caballeros, y duermen y mueren en sus camas,