Mizou hizo un gracioso gesto, y abrió su abanico para mirar á través de él.
—Futen—dijo la madre dirigiéndose á su hijo,—invita á estos señores á pasar con nosotros este día de campo, ya que hemos tenido la fortuna de volverlos á encontrar.
—Venerable madre, la noble Yakouna ha dicho en alta voz lo que pienso—respondió Futen inclinándose graciosamente ante los dos amigos.
—Perfectamente—dijo Boitoro,—y plegue al cielo que no sea este día el último que pasemos juntos. Futen hizo una gentil pirueta y, echando á correr, desapareció en el bosque.
Inmediatamente todos empezaron a pasear por la umbría con exclamaciones de gozo, con ese aspecto de pájaro que adquieren los habitantes de la ciudad cuando llegan al campo.
Buscaron un buen sitio sobre la hierba, para almorzar. Cada uno creía haber encontrado el más lindo rincón y todos corrían alegremente de un lado para otro.
Boitoro se había unido á Futen, el hermano de las jóvenes. Este era un muchacho alegre, de rostro redondo, picado de viruelas, de labios gruesos y pupilas maliciosas. Se había levantado el traje, fijando uno de sus paños en la cintura para que, al correr, no le molestara la maleza, dejando ver sus pantorrillas morenas y nervudas.
—¿No tienes hermanos, señor Futen?—le preguntó Boitoro, mientras caminaba al lado del joven.