—¿No soy tu hermana?—dijo Yamata dulcemente.—¿No quieres que comparta tus penas?
—¿Pero eres capaz de venir á insultarme con tu felicidad?
—¿Mi felicidad?
—Sí, ¿no has comprendido que desde hace un año te amaba y llevo ya un mes sufriendo?
—El me escogió—murmuró Yamata.
—Boitoro era más digno que yo de tu amor. Le he ocultado mi pensamiento para no entristecerle. Ahora déjame llorar.
—¡Ah! ¿qué hemos hecho, Miodjin? —exclamó Yamata estallando en sollozos— yo también pensaba en ti hace un año, pero también mi hermana te amaba y como tú, le oculté mis sentimientos para no entristecerla.
Los dos jóvenes, aterrados ante esta confesión, se miraron largo tiempo en silencio.
—Hermano mío —dijo después la joven llorando,— hay que resignarse. Soy la esposa de Boitoro.
—¿Por qué lo hicistes?
—¡Ah! por mil razones, que hoy me parecen mil lazos, dejé adivinar á mi hermana, que amaba á uno de los extranjeros que encontramos en la posada de "Los cañaverales florecidos." Estaba persuadida de que era á ella á quien tú amabas y tuve temor de que sospechara lo más mínimo si yo no aceptaba á Boitoro. ¡Para que sean felices, deben ignorar nuestro dolor! Somos las víctimas y también sufrimos