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Prólogo

mismos sitios por necesidad, acostúmbranse á no esperar nada. Han aprendido, más ó menos pronto, que el mañana será, para ellos, igual al ayer; la ciudad, la aldea ó el campo en donde viven, no les enseñarán nunca otras cosas que las que ya conocen.

En cuanto adquieren la certidumbre de ello, han envejecido, verdaderamente envejecido de mala manera; pero aun entonces ocurre que las sugestivas palabras; "emprender un viaje pintoresco" reaniman, en ellos, la fuerza para esperar, para soñar, para querer y para obrar. La ilusión fecunda de que habla el poeta vuelve á anidar en su corazón; y desde que comienzan el viaje, creen, como el héroe de Cervantes, que á cada recodo del camino va á surgir la Aventura, lo nuevo, el acontecimiento exquisito que los sedentarios—al menos así lo creen ellos—no sabrían encontrar.

Y este es precisamente el encanto del viaje: la indefinida renovación de nuestra facultad de esperar con alegría. Viajar es esperar, y esta es la razón de por qué muchas veces los viajes son el remedio eficaz contra las penas, porque nos obligan á seguir esperando. El deseo de viajar es esencialmente un deseo de cosa nueva y entretenida, de algo inédito, de algo novelesco ó fantástico, y en todo caso de algo no visto. El exotismo en literatura ha sido un rejuvenecimiento.

El Robinsón Crusoé es el prototipo de los viajes, y

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