alrededor penden en homenaje banderas, linternas y flores.
Delante del altar, un enorme y artístico incensario exhala un humo oloroso gracias á innumerables varitas de aromas que, por paquetes, los fieles arrojan en su interior.
De hora en hora, el velo perfumado se hace más opaco y da á las cosas, vistas confusamente, el tinte de lo irreal. Apenas se distingue los muros sobre los cuales hay pinturas y esculturas de todas clases, representativas de las leyendas. Se ve circular á los bonzos ó sacerdotes, con trajes amplios y la cabeza completamente afeitada. Cuando no se celebra el oficio pasean silenciosamente al compás de una extraña música, á través del templo, respondiendo á las preguntas de los peregrinos, y conduciéndoles á sus altares preferidos.
Hay en el Japón dos tipos distintos. El primero, que es el más extendido, es el tipo chino ó coreano que se caracteriza por su cara redonda, mejillas aplastadas, nariz chata, boca bien dibujada, por regla general, y soberbios dientes.
Los que creen poseer el puro tipo japonés, tienen el
rostro largo y pálido, la nariz aguileña, la boca fina, los
ojos alargados é inexpresivos y los dientes blancos,
largos é irregulares. Este es el tipo aristocrático cuya
perfección admira á todos.