cinturón como las casadas; las ricas se hacen un nudo sobre el estómago y á las criadas se les obliga á que se hagan el lazo de una manera distinta.
Los vestidos de las jóvenes, mujercitas en miniatura, son un poco más llamativos que los de las personas mayores, pero sus cabellos están peinados con un moño alto, como sus mamás.
Las visitantes se detienen ante un daimio ó señor, en traje de corte. Con su vestido de sedas rígidas, de colores llamativos, salpicado de circulos heráldicos, de oro, tiene el aspecto de una pirámide. El pantalón se alarga desmesuradamente, hasta más abajo de los pies, los cuales quedan en realidad, encerrados en aquél, que forma una especie de cola. Las mangas, más anchas aún, están bordeadas de un cordón de seda que, corriéndose, les da el aspecto de un saco grande. Otras mangas salen de las primeras, pero de diferentes colores y el número de puños superpuestos indica el de vestidos que lleva debajo del primero. Un gran sable atraviesa estos vestidos y una observación superficial haría creer que tiene por funda el propio vientre del personaje. Una mano pequeña que sale de las mangas, sostiene un abanico y nos da idea de las verdaderas proporciones del príncipe. El tocado es curioso: consiste en una especie de cilindro de seda negra y paño de oro que se sujeta á la barbilla con un galón de oro. Por espléndido y pintoresco que sea el traje, parece que debe ser incómodo.
Después de él, una princesa, cuyo traje también es