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El Japón

los cuarenta palos que debía recibir. Y, lo que es más cruel aún, hasta bajo el acero del verdugo se continuaba este tráfico; por trescientas pesetas poco más ó menos, uno podía conservar su cabeza y hacer que otra rodara por tierra.

Esto lo sabía el pobre Kono-Guilhei cuando suplicaba á sus jueces que sustituyesen los nueve años de prisión que iban á privar á su madre y á su hija de su trabajo, por las más horribles torturas, con tal que duraran menos de nueve años. Con gran pena, por su parte, no se accedió á sus deseos y nunca se le pudo hacer comprender que la tortura está abolida en el Japón.

¿Que fué de la infortunada víctima que tan generosamente dio su vida para curar á su madre política? Su sombra, llorosa y desolada, vaga seguramente alrededor de su esposo cautivo y tal vez se aparezca también á los severos magistrados que tan cruelmente juzgaron su muerte voluntaria, porque cuenta la tradición que las sombras de los muertos descontentos se aparecen para pedir justicia.


LAS FIESTAS

Á los japoneses les gusta divertirse y cualquier pretexto es bueno para celebrar fiestas. En primer lugar figuran las de Año Nuevo, en las que se confunde todo el pueblo. Señores y aldeanos, damas nobles y burguesas chapotean en la nieve buscando motivos para divertirse. Terminan después de un mes con la

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