condenaron á nueve años de prisión, dejando á su hija y á su madre sin el arroz diario.
Esta detención, aunque se le aprecien todas las circunstancias atenuantes, no parece ser de la misma época que este delito de un candor y de una abnegación admirables.
La ley es del siglo XIX: el delito, de los tiempos primitivos.
Con gran frecuencia suelen darse casos de semejante desacuerdo en un país de tan reciente civilización, cuyas costumbres no pueden seguir la marcha acelerada del progreso.
La absurda abnegación de Sougni no tiene nada de rara. No se acabaría nunca de citar nombres de mujeres japonesas que han sacrificado su vida por motivos extraños, desde el punto de vista de nuestra civilización.
Es casi clásico, por ejemplo, ahorcarse á la puerta de la casa de un magistrado que ha juzgado inicuamente y aprehendido á algún pariente, para obligarle á revisar el proceso. Por la mañana, al salir de su casa, se encuentra con el cadáver todavía caliente, cuya cintura está erizada de rollos de papel que contienen súplicas las cuales hablarán al juez por boca que permanecerá siempre muda.
Para ayudar á vivir á su familia, era corriente sufrir una pena en lugar de un condenado; y hasta se hacían pujas decrecientes para ver quién lo hacía más barato.
Por diez sueldos, un ladrón endosaba á un inocente