Menos son aún los que pueden penetrar en la sala del gran pabellón, donde bajo ricos tapices de crespón violeta blasonados con el gigantesco crisantemo simbólico, hollando la espesa alfombra roja de anchas flores, se reúnen los nobles invitados. Allí están todavía las magnificencias de este Japón feudal, que tantos ensueños nos evoca, y que no se ha visto ni se verá nunca. Los trajes espléndidos apenas han cambiado y si en el moblaje se ha aceptado algunas "mejoras" modernas, ha sido con la condición de que no pierda su característica.
El Emperador preside la reunión. A su izquierda se sienta la Emperatriz Haron-Ko, (que quiere decir Primavera,) rodeada de sus damitas de honor, y á la derecha y en pie, el príncipe heredero Yoshi-Hito quien tiene á su lado á su esposa, la princesa Sado-Ko que es la hija del príncipe Kondjo, el jefe de una de las casas nobles más antiguas del Japón y forma parte de la familia imperial.
A los pies de la Emperatriz se agrupan las seis princesas de la sangre, la mayor de las cuales, Tsonne-No-Mya, no tiene sino diez y seis años.
El marqués Ito, presidente del Consejo privado, los ministros, los jefes militares y los altos funcionarios palatinos, están también presentes con sus familias.
A los compases de una música discreta colocada sobre
un estrado distante, dan vueltas unas bailarinas extraordinarias, mientras cada asistente á la fiesta copia en
su abanico blanco el poema que ha compuesto.