«Yo he tenido dos amos: el primero traíame muerto de hambre, y, dejándole, topé con este otro, que me tiene ya con ella en la sepultura; pues si deste desisto y doy en otro más bajo, ¿qué será sino fenecer?»
Con esto, no me osaba menear. Porque tenía por fe que todos los grados había de hallar más ruines. Y a bajar otro punto, no sonara Lázaro ni se oyera en el mundo.
Pues estando en tal aflicción, cual plega al Señor librar de ella a todo fiel cristiano, y sin saber darme consejo, viéndome ir de mal en peor, un día que el cuitado, ruin y lacerado de mi amo había ido fuera del lugar, llegóse acaso a mi puerta un çalderero, el cual yo creo que fué ángel enviado a mí por la mano de Dios en aquel hábito. Preguntóme si tenía algo que adobar.
—En mí teníades bien que hacer y no haríades poco si me remediásedes—dije paso que no me oyó.
Mas como no era tiempo de gastarlo en decir gracias, alumbrado por el Espíritu Santo le dije:
—Tío: una llave de este arte he perdido, y temo que mi señor me azote. Por vuestra vida, veáis si en esas que traéis hay alguna que le haga, que yo os lo pagaré.
Comenzó a probar el angélico calderero una y otra de un gran sartal que de ellas traía, y yo a ayudarle con mis flacas oraciones. Cuando no me cato, veo en figura de panes, como dicen, la cara de Dios dentro del arcaz. Y, abierto, díjele:
—Yo no tengo dineros que os dar por la llave; mas tomad de ahí el pago.