—¿Qué es esto?
Respondióme el cruel sacerdote:
—A fe que los ratones y culebras que me destruían ya los he cazado.
Y miré por mí, y vime tan maltratado, que luego sospeché mi mal.
A esta hora entró una vieja que ensalmaba, y los vecinos. Y comiénzanme a quitar trapos de la cabeza y curar el garrotazo. Y como me hallaron vuelto en mi sentido, holgáronse mucho, y dijeron:
—Pues ha tomado en su acuerdo, placerá a Dios no será nada.
Y tornaron de nuevo a contar mis cuitas y a reírlas, y yo, pecador, a llorarlas. Con todo esto, diéronme de comer, que estaba transido de hambre, y apenas me pudieron remediar. Y así, de poco en poco, a los quince días me levanté y estuve sin peligromas no sin hambre y medio sano.
Luego, otro día que fuí levantado, el señor mi amo me tomó por la mano y sacóme la puerta fuera, y, puesto en la calle, díjome:
—Lázaro: de hoy más eres tuyo y no mío. Busca amo y vete con Dios. Que yo no quiero en mi compañía tan diligente servidor. No es posible sino que hayas sido mozo de ciego.
Y santiguándose de mí, como si yo estuviera endemoniado, se torna a meter en casa y cierra su puerta.