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te ha hecho merced en topar conmigo. Alguna buena oración rezaste hoy.

Y seguile, dando gracias a Dios por lo que le oí, y también que me parecía, según su hábito y continente, ser el que yo había menester.

Era de mañana cuando este mi tercero amo topé. Y llevóme tras si gran parte de la ciudad. Pasábamos por las plazas donde se vendia pan y otras provisiones. Yo pensaba, y aun deseaba, que allí me quería cargar de lo que se vendía, porque ésta era propia hora, cuando se suele proveer de lo necesario; mas muy a tendido paso pasaba por estas cosas.

—Por ventura no lo ve aquí a su contento—decía yo—y querrá que lo compremos en otro cabo.

Desta manera anduvimos hasta que dieron las once. Entonces se entró en la iglesia mayor, y yo tras él, y muy devotamente le vi oir misa y los otros oficios divinos, hasta que todo fué acabado y la gente ida. Entonces salimos de la iglesia.

A buen paso tendido comenzamos a ir por una calle abajo. Yo iba el más alegre del mundo en ver que no nos habíamos ocupado en buscar de comer. Bien consideré que debía ser hombre mi nuevo amo que se provela en junto y que ya la comida estaría a punto y tal como yo la deseaba y aun la había menester.

En este tiempo dió el reloj la una después de mediodía, y llegamos a una casa, ante la cual mi amo se paró, y yo con él, y, derribando el cabo de la capa sobre el lado izquierdo, sacó una llave de la manga y abrió su puerta y entramos en casa. La cual tenía