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—Mochacho: tú eres preso si no descubres los bienes deste tu amo.

Yo, como en otra tal no me hubiese visto—porque asido del collar si había sido muchas e infinitas veces; mas era mansamente del trabado, para que mostrase el camino al que no vía—, yo hube mucho miedo, y, llorando, prometile de decir lo que preguntaban.

—Bien está—dicen ellos—. Pues di todo lo que sabes y no hayas temor.

Sentóse el escribano en un poyo para escrebir el inventario, preguntándome qué tenía.

—Señores—dije yo—: lo que este mi amo tiene, según él me dijo, es un muy buen solar de casas y un palomar derribado.

—Bien está—dicen ellos. Por poco que eso valga, hay para nos entregar de la deuda. ¿Y a qué parte de la ciudad tiene eso?—me preguntaron.

—En su tierra—les respondi.

—Por Dios, que está bueno el negocio—dijeron ellos.—¿Y adónde es su tierra?

—De Castilla la Vieja me dijo él que era—les dije yo.

Riéronse mucho el alguacil y el escribano, diciendo:

—Bastante relación es esta para cobrar vuestra deuda, aunque mejor fuese.

Las vecinas, que estaban presentes, dijeron:

—Señores: este es un niño inocente y ha pocos días que está con ese escudero, y no sabe dél más que vuestras mercedes, sino cuanto el pecadorcico