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comarcanos, y cuando a ellos llegábamos no era menester sermón ni ir a la iglesia, que a la posada la venían a tomar, como si fueran peras que se dieran de balde. De manera que, en diez o doce lugares de aquellos alrededores donde fuimos, echó el señor mi amo otras tantas mil bulas sin predicar sermón.

Cuando él hizo el ensayo, confieso mi pecado que también fuí de ello espantado y creí que así era, como otros muchos; mas con ver después la risa y burla que mi amo y el alguacil llevaban y hacían del negocio, conocí cómo había sido industriado por el industrioso e inventivo de mi amo.

Acaesciónos en otro lugar, el cual no quiero nombrar por su honra, lo siguiente: Y fué que mi amo predicó dos o tres sermones, y de a Dios la bula tomaban. Visto por el astuto de mi amo lo que pasaba, y que aunque decía se fiaban por un año no aprovechaba, y que estaban tan rebeldes en tomarla y que su trabajo era perdido, hizo tocar las campanas para despedirse, y hecho su sermón y despedido desde el púlpito, ya que se queria bajar, llamó al escribano y a mí, que iba cargado con unas alforias, e hizonos llegar al primer escalón, y tomó al alguacil las que en las manos llevaba, y las que no tenía en las alforjas púsolas junto a sus pies, y tornóse a poner en el púlpito con cara alegre y a arroiar desde allí, de diez en diez y de veinte en veinte, de sus bulas hacia todas partes, diciendo:

Hermanos mios: tomad, tomad de las gracias que Dios os envía hasta vuestras casas, y no os duela, pues es obra tan pía la redención de los cautivos cristianos que están en tierra de moros. Por que no renieguen nues-