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lagro allí acaescido. El en ninguna manera lo quería hacer, y al fin, rogado de tantos, se la dejó. Con que le dieron otra cruz vieja que tenian, antigua, de plata, que podrá pesar dos o tres libras, según decían.

Y así nos partimos alegres con el buen trueque y con haber negociado bien. En todo no vió nadie lo susodicho sino yo. Porque me subía par del altar para ver si habla quedado algo en las ampollas, para ponerlo en cobro, como otras veces yo lo tenia de costumbre. Y como alli me vió, púsose el dedo en la boca, haciéndome señal que callase. Yo así lo hice, porque me cumplia, aunque después que vi el milagro no cabla en mi por echallo fuera. Sino que el temor de mi astuto amo no me lo dejaba comunicar con nadie, ni nunca de mi salió. Porque me tomó juramento que no descubriese el milagro, y así lo hice hasta agora.

Y, aunque muchacho, cayóme mucho en gracia, y dije entre mí:

—Cuántas de estas deben hacer estos burladores entre la inocente gentel Finalmente, estuve con este mi quinto amo cerca de cuatro meses, en los cuales pasé también hartas fatigas, aunque me daba bien de comer, a costa de los curas y otros clérigos do iba a predicar.