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lo, bien envuelta la cruz en la mano derecha y en la otra la bula, y así bajó hasta lá postrera grada del altar, adonde hizo que besaba la cruz. E hizo señal que viniesen adorar la cruz. Y así vinieron los alcaldes los primeros y los más ancianos del lugar, viniendo uno a uno, como se usa.

Y el primero que llegó, que era un alcalde viejo, aunque él dió a besar la cruz bien delicadamente, se abrasó los rostros y se quitó presto a fuera. Lo cual visto por mi amo le dijo:

¡Paso, quedo, señor alcalde! ¡Milagro!

Y así hicieron otros siete u ocho. Y a todos les decía:

¡Paso, señores! ¡Milagro!

Cuando él vió que los rostriquemados bastaban para testigos del milagro, no la quiso dar más a besar. Subióse al pie del altar y de alli decía cosas maravillosas, diciendo que por la poca caridad que había en ellos había Dios permitido aquel milagro, y que aquella cruz había de ser llevada a la santa iglesia mayor de su obispado. Que por la poca caridad que en el pueblo había la cruz ardía.

Fué tanta la prisa que hubo en el tomar de la bula, que no bastaban dos escribanos ni los clérigos ni sacristanes a escribir. Creo de cierto que se tomaron más de tres mil bulas, como tengo dicho a vuestra merced.

Después, al partir él, fué con gran reverencia, como es razón, a tomar la santa cruz, diciendo que la había de hacer engastonar en oro, como era razón.

Fué rogado mucho del Concejo y clérigos del lugar les dejase allí aquella santa cruz, por memoria del mi-

El Lazarillo
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