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EL MUSEO UNIVERSAL

Son luego los oñacinos los que vencen. Mosen Juan de Samper acaba de declarar la guerra á su comarcano el buen señor de Alzate. Acométele un dia al rayar el alba, pelea con él en campo abierto, le acorrala, y logra que mueran él y su hijo. Sabedor del hecho Fernando de Gamboa, solicita la mano de la heredera y se ofrece á vengar la muerte del padre; ¿mas ha de temblar Juan de Samper porque vea venir sobre sí arma de de todas armas el ejército gamboino? Le sale al encuentro entre San Juan de Luz y el solar de su apellido, y le desbarata, y mata al Gamboa, y acosa á los fugitivos, y les sigue el alcance hasta el río que va á San Juan, donde perecen muchos. A mas de ciento cincuenta ascienden los cadáveres: ni un solo gamboino va con armas.

Tardan en reponerse los vencidos. Mas hé aquí que siete años despues salen de noche con gran golpe de hombres y caballós, y al alborada caen de improviso sobre la casa de Lazcano. Poderoso es Lazcano, cabeza del bando oñacino; ¿mas qué ha de poder en tan gran sorpresa? Ni tiempo de vestirse tiene. Salta en camisa al rio que corre por debajo de su palacio y logra salvarse á nado. ¡Ay, empero, de su pobre familia! Su hijo, que

madre. Su esposa ve cortadas por vergonzoso lugar las faldas de sus sayas. Diez de sus fieles servidores son pasados á cuchillo.

Cara la pagaron, con todo, los gamboinos. Vueltos los de Oñez de su sorpresa, corrieron tras ellos y los alcanzaron en las montañas de Murua. Matáronles el gefe, bajaron al solar de Balda y quemaron el palacio. Armas, acémilas, todo lo perdieron los de Gamboa en su trabajosa retirada: hombres sobre ciento cincuenta.

¿Mas qué es esa pérdida para la que tuvieron treinta años después los oñacinos? Ocupaban la villa de Mondragon mas de dos mil gamboinos capitaneados por Velez

¿Mas que es esa peruda para la que uv años despues los %%%%% riosos los oñacinos, intentan ganarla al mando de Gomez Gonzalez Butron y los señores de Saldivar y Unzueta. Grande estruendo de armas suena á las puertas de la villa, caen de una y otra parte muchos hombres. Mas Gomez Gonzalez se abre paso: los gamboinos tienen mal herido á Avendaño. ¿Qué esperan unos y otros? No habian trascurrido dos dias, cuando vienen de reuerzo otros dos mil gamboinos á las órdenes de Oleaso, Balda y los señores de Zaracoz y Achega. Creen con solo el aparato de su ejército intimidará Gonzalez; mas pasan dias y no le ven abandonar sus posiciones ni con ánimo de dejar la villa. La incendian y dejan en pié solo dos casas.

Cercado entonces Gomez por cuatro mil gamboinos, ijo y su sobrino; muerde el polvo la mitad de su hueste.

¿Podian llegar ya mas allá los bandos? ¿No habían de encontrar quien atajara sus sangrientas revueltas?— A fines del siglo XIV habia acontecido en Guipuzcoa un hecho de gran trascendencia. Temerosos los pueblos de que Enrique III no quisiese confirmar sus fueros, y viendo ya que los recaudadores de Castilla se atrevian á exigirles tributos que no habian nunca pagado, se reunieron por medio de procuradores en la iglesia de Santa María de Tolosa y se confederaron para la defensa de sus inmunidades. Fueron por de pronto nueve los que dieron este atrevido paso; mas se les adhirieron á no tardar hasta cuarenta entre villas y lugares. Bien fuese por temor, bien porque desease levantando á los pequeños abatir á los grandes, accedió el rey á los deseos de los pueblos. Regocijáronse mucho los confederados, y conociendo ya todo el valor de la union, tendieron todos los dias á estrechar mas y mas sus lazos. Constituyéronse en una vasta hermandad, ó por mejor decir, dieron nuevo vigor á la que de antiguo existia y fueron organizándose. No ya sólo los cuarenta y nueve pueblos; todos los de la provincia menos Oñate entraron en la grande alianza.

En mas de medio siglo ¿no habia de haber tenido lugar de robustecerse esa hermandad de Guipuzcoa? Ocupados los nobles en sus mezquinas disensiones, no hacian alto en los progresos de la que debia acabar mas tarde con el tiránico poder de que gozaban. Los atropellos mismos de que eran siempre víctimas las clases inferiores las hacian sentir mas vivamente la necesidad de agruparse y mantenerse unidas. No era sino muy fuerte la hermandad al promediar el siglo XV. Hé aquí los efectos.

Gracias á ella pudo ya el rey en 1448 castigar á los autores del incendio y combate de Mondragon, hechos por demás escandalosos. En 1451 pudo ya la hermandad misma quemar la casa de Guevara y condenar á don Pedro Vélez al pago de 5,000 florines de oro. En 1456 todos los parientes mayores y quemando y derribando, á escepcion de dos, las casas fuertes en que habian vivido encastillados. Coaligarónse entonces contra ella los parientes mayores y retaron á todas las villas que la componian; mas sintiéndose el rey con mas apoyo que nunca, los llamó y procesó y confiscó los bienes de los mas revoltosos. Puestos los nobles entre dos enemigos, no tuvieron y amas remedio que doblar humildemente la cabeza.

¿Fue poca fortuna para Guipuzcoa? ¿pequeño triunfo para los confederados? No merecia por cierto otro fin una oligarquia tan impía y turbulenta.—

F. P. M.


UN EPISODIO HISTÓRICO
I.


El martes 22 de enero del año de 1516, en Madrigalejo, villorrio de Estremadura, poco distante de la ciudad de Trujillo, en un desnudo y negro aposento de un meson, se estinguia lentamente la vida de un hidrópico. sentado en un viejo sillon, y contemplando profundamente al enfermo, que al parecer dormia, estaba un padre grave de la Orden de Predicadores.

Era la hora del crepúsculo de una lluviosa y nublada

notono zumbar de la lluvia, que un fuerte cierzo arrojaba silbando dentro de la habitacion á través de la desguarnecida ventana, en que, en vano, se habia clavado por sus cuatro ángulos un lienzo, como para preservar al enfermo de la inclemencia de la atmósfera.

Aquel aposento daba frio; el hombre que dormitaba en el lecho daba una compasion profunda.

II.

Y habia en el semblante de aquel hombre, que dormia acaso su último sueño, un no sé qué de escepcional, de oroso, parecian trasparentarse, pasar, revolverse, las oscilaciones, los recuerdos de grandes destinos cumplidos, puestos en lucha con aspiraciones no logradas, como si lo que aquel hombre habia hecho estuviese en com

quedaba que llevará cabo: comprendíase, á la simple vista de aquel semblante, que con aquel hombre, moria algo mas que un hombre: algo que podríamos llamar una fatalidad.

En cuanto á la parte física, aquel semblante era rudo, enérgico, grave; parecian estar estereotipadas en él, mas que la magestad de los seres superiores, la espresion de dominio de los fuertes; mas que la reflexion de los prudentes, la suspicacia de los astutos; mas que la firmeza de la virtud, la inflexibilidad de la soberbia: eran sus cabellos entrecanos, espesos, cortados á manera de cerquillo en la frente, y largos en los costados y en la arte posterior de la cabeza: pobladas las cejas, salientes; nariz enérgica y los labios delgados y comprimidos, Aunque, en razon de la dolencia, tenia un tanto crecida la barba, se comprendia que acostumbraba llevarla afeitada, y que, aun no estando enfermo, debía ser el color de su semblante una palidez biliosa.

Parecia viejo, gastado por la continuidad de trabajos rudos y de gravísimos cuidados; figuráos por un momento una de esas estátuas góticas yacentes, en la que el cincel de un escultor de la edad media ha trasmitido al mármol la espresion formidable de uno de esos domi: : ambicion; que han luchado contra la humanidad, con el pensamiento y con la espada, con el alma y con el cuerpo, aumentando su fuerza y su grandeza con la grandeza y la fuerza de un pueblo entero, y tendreis una idea aproximada de la fisonomía del enfermo, que dormia, soñaba y dejaba ver el reflejo de sus sueños en su semblante inmóvil y sudoroso.

III.

¿Quién sabe lo que soñaba aquel hombre?

Pero su sueño, á juzgar por la espresion de su semblante, debia ser terrible.

Contemplándole, de tiempo en tiempo se estremecia: durante algun espacio permanecia tan inmóvil como el dormido, y tan grave, tan sombrío como él, aunque no con una espresion tan característica.

Acaso la gravedad y la fijeza del religioso provenian del estado en que el enfermo se encontraba; acaso de causas mas graves.

Aquel grupo, en aquel aposento, á la luz opaca de la tarde, cuando el viento silbaba, y el múltiple, sordo y monotono gotear de la lluvia continuaba con una insistencia tenaz, aquel grupo, repetimos, daba frio, ese doble frio que se siente en el cuerpo y en el alma, que nos envuelve en una atmósfera especial, á través de la cual vemos á los seres vivientes como espectros, y negro al cielo, al mundo como un vasto y silencioso cementerio donde solo se escucha el roer de los gusanos.

IV.

Levantóse silenciosamente el fraile.

Adelantó con recato hasta la puerta del aposento, la abrió y salió.

Atravesó otro aposento enteramente desamueblado, y abrió otra puerta: entonces se oyó el rumor de algunas voces contenidas, y se vió un hombre de armas por la parte esterior de la puerta, inmóvil como una estátua de

punta descansaba en el pavimento.

Al fondo de aquel espacio agrupados en un ángulo habia siete hombres: tres de ellos daban á conocer á primera vista por sus trajes y su aspecto, su noble alcurnia; de la época, y los otros tres lobas negras, largas, como las que usaban los licenciados.

Uno de estos adelantó hacia el fraile y le dijo sin disimular su ansiedad:

-¿Qué nuevas nos traeis, fray Tomás?

—Durmiendo dejo á su alteza, señor licenciado Zapata, contestó con voz opaca el fraile; pero, si Dios no provee en su infinita misericordia, témomo que se nos vaya perdida ó dudosa el alma, dejando mas que á punto de perdidos estos reinos.

Y el fraile bajó la cabeza triste y pensativo.

—Reducirle es nuestra obligacion, dijo el mas anciano, de los tres que parecian magnates; que si su alteza muere inconfeso y sin revocar ciertos capítulos del testamento que otorgó en Burgos, no solo su salvacion pone en duda, sino que muchos han de perderse; que á quedar asi las cosas, bandos y desastres habrá dejado su alteza en herencia á sus reinos, y ocasion de poner á prueba á los mejores de ellos.

-Vuestra señoría se pone en lo justo, señor marqués de Denia, contestó el religioso; empero la misma fe del rey don Fernando, es el mas fuerte enemigo que pudiera darnos batalla; á confesar se niega, porque en vivir qonfia, y no ha dos horas que con voz entera y buen discurso, me dijo: padre Matienzo: ¿no creeis, por desdicha, que Dios suele hablará los reyes desde el cielo, por las palabras de sus elegidos en la tierra?

—Quemara la Inquisicion á los embaucadores que mienten la palabra de Dios, dijo otro de los caballeros, y la beata del Barco de Avila [1], no volveria el seso á su alteza, haciéndole creer en lo de que antes de morir ha de ganará Jerusalem.

—Y tal ha creido su alteza los embelecos de esa traidora, que no hay poder humano para que me oiga cuando de confesion y de testamento le hablo.

-Resístese su alteza á morir, no dejando un hijo de la reina Germana, que venga á ser el cuchillo que separe á Aragon y á Sicilia de Castilla, dijo el marqués de Denia.

—Pues sús caballeros, dijo el duque de Alba; lo que el rey enmarañado deje, lo soltaremos nosotros con las espadas, y si Dios quiere que estos reinos se despedacen en bandos civiles, que se cumpla la voluntad de Dios.

Oyóse en aquel punto, fuera, el galope de un caballo; poco despues el crugir en los corredores de las piezas de un arnés, y luego entró en el aposento donde el confesor del rey se encontraba con el prelado, los tres grandes y los tres licenciados, un hidalgo que esclamó con el acento de quien da una nueva importante:

-Siguiéndome la carrera viene su alteza la reina Germana.

- ¡Ah! trájola el diablo antes, y Dios la envia ahora, esclamó el duque de Alba; vamos, pues, padres y caballeros, á recibir á su alteza.

Y el duque de Alba, y el marqués de Denia , y el almirante de Castilla, y el obispo de Burgos, y el confesor, y los tres consejeros del rey don Fernando el Católico, se precipitaron á los corredores, bajaron las escaleras, atravesaron el zaguan del meson, que estaba lleno de hombres de armas, y a pesar de la iluvia que caja a torrentes, salieron al camino, á lo largo del cual se veía ya cercana, entre la niebla, una dama que adelantaba al galope de una mula, seguida por un resguardo de ginetes.

V.


¿Qué soñaba entre tanto Fernando V el Católico, muriendo en un miserable meson de una aldea, tan miserable, que él era su mejor aposentamiento?

Soñaba que un dia en Granada, su último hijo varon, el príncipe don Miguel, el heredero de todas las coronas de España, habia muerto.

Veíale con las sangrientas señales de la caida del caballo que habia ocasionado su muerte, sobre el campo, que, en conmemoracion de aquel suceso, se llama aun del Príncipe.

Y sentia el rey en su sueño, ó en la reaccion de su conciencia, el estremecimiento frío, horrible, que le causó la vista de su hijo ensangrentado y yerto.

Y recordaba á su esposa, la noble reina doña Isabel, doblegada la cabeza, inmóvil, muda por el dolor, secos los ojos, porque lo intenso de aquel dolor de madre comprimia en su corazon las lágrimas.

Y dentro del dormido cuerpo del rey moribundo, su alma despierta, viva, sentia ante el recuerdo de aquel funesto suceso, una rabia concentrada y fria, la rabia de un rey que pierde á su heredero varon, no el dolor sin consuelo de un padre que pierde á su hijo; la desesperacion que solo pudo comprender Felipe II cuando mató al príncipe don Carlos; la conciencia, la certidumbre tremenda, de que con la muerte de su heredero varon,

  1. (1) Era esta una especie de pitomisa cristiana, tenida en gran la de santidad, á la que la supersticion de las gentes sencillas, y aun la de graves personas, suponía iluminada por Dios.