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llos preciosos objetos, pero no los con la inteligencia, no siendo extraño oír críticas como esta: «¡Qué disparate llamar á este pájaro Tanagra striata, cuando se llama siete cuchillos ó siete colores!» ni es tampoco maravilla que más de uno salga fastidiado con un mundo de bellas imágenes, cuyo conjunto, en vez de luminoso, produce en su espíritu el mismo efecto que una bandada de murciélagos en una noche de luna. Colocaremos tales fenómenos encima de la joroba de la ignorancia, pero......

Y si todos los visitantes preguntan algo ¿á quien? al preparador que no tiene casi tiempo para impedir se toquen los objetos? ¿quién satisface las dudas? ¿quién arrebata la máscara a la ignorancia?

El Director tiene mucho que hacer;—las publicaciones Europeas consignan cada año sus observaciones numerosas, y por lo tanto no puede ocuparse de ciertos detalles, que en realidad no corresponden á un Director del Museo; pero entretanto, el establecimiento no contiene objetos accesibles al público sinó por la vista.

Los «Anales del Museo» ya no se publican, y es necesario conocer las obras Europeas para saber lo que hay en el Museo de Buenos Aires.

Sus estantes se encuentran llenos, en mas de un punto atestados.

Tenemos un gran museo, pero no lo aprovechamos, porque no hemos sabido organizarlo para la instruccion pública, como fué la mente de Rivadavia, ese grande hombre que dictó los aforismos del porvenir Argentino.

La biblioteca del establecimiento, indispensable sin duda, no puede utilizarla el público estudioso, porque no hay quien la atienda, y no puede suponerse que el Director se constituya bibliotecario. Los pocos que de cuando en cuando suelen consultar un libro, lo hacen con escrúpulo, pues saben que, al pedirlo, tienen que distraer al Director de sus tareas.

El Museo de Buenos Aires está, pues, mal dotado y peor organizado, no obstante los esfuerzos que el Dr. Burmeister ha hecho para que tal Instituto atraiga de los Poderes Públicos la atencion suma que merece por su carácter.