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antes de oir de sus propios labios que el candidato para un amor que le ofrezco merece su aprobacion.

Dichas estas palabras cogió á Luisa por la mano, y conduciéndola á alguna distancia y de los demas, le dijo en baja voz;

—Luisa de Lorena. ¿deseas ser la esposa del que tiene tu mano entre las suyas?

—0h! mi señor! esclamó la jóven temblando con emocion: ¿cómo puede eso ser?.

—Eso no te lo pregunto, Luisa. Te pido una respuesta sencilla á mi pregunta. ¿Deseas ser mi esposa?

—¿Vuestra esposa, señor? `

—Si, mi reina.

—Oh! ¿cómo puede la pobre Luisa de Lorena sostener ese temible nombre y esa dignidad?

—Basta, basta, dijo el rey. Vamos, señor duque, continuó dirigiéndose al padre de Luisa. ¿Os agradaría tener por yerno á vuestro soberano?

—Vuestra Magestad se burla de mi.

—No, estoy hablando con la mayor formalidad, y yo que podia mandar, os pido vuestro consentimiento para mi casamiento con vuestra hija.

—La sangre de Charlomagno corre por mis venas, señor, y si la haceis esposa vuestra, la haceis igualmente reina.

—Lo será, y dentro de tres semanas, juntos serémos coronados en la catedral de Rheins.

—Os pertenece: es vuestra ya, señor, dijo el duque.

—Mientras, tirad un contrato matrimonial entre Luisa de Lorena y Enrique de Anjou, esclamó el rey; y volviéndose al Conde de Brienne, que se mordia sus bordados guantes, con semblante disgustado y confuso, el monarca alegremente añadió. Lo que es con respecto á vos mi buen conde, no se como resarciros por la pérdida que habeis sufrido.

—Yo lo consolaré dándole mi hija segunda, contestó el duque.

—No os apresureis, mi buen señor, interrumpió el rey. Tengo otra alianza en vista para la hermana de nuestra reina... Serà la esposa de mi pariente Joyeuse.

—Vuestra magestad parece poseer muchos secretos de mi familia, de los que yo estaba en completa ignorancia, observó el duque de Mercoeur.

—Si, replicó el rey, y tambien estoy enterado de algunos de los pasages de la vida pasada del que debia haber sido vuestro yerno, que no me agradeceria los descubriese... No mudeis el color, señor conde; no lo mudeis asi: estamos dispuestos á perdonar vuestros pasados desp-