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CAPÍTULO XIV.

punto de acabarse, tranquilizóme algun tanto. Sin embargo, la encargué les reprendiese á la vuelta, ya por no haberme esperado, ya por alejarse de esa manera, sin contar á nadie, ni decir á dónde iban.

Despues de las despedidas, y de persuadir á mi esposa que no tuviese cuidado por mi ausencia, poniendo su confianza en el Señor, que tan bondadosamente nos había protegido hasta entónces, Federico y yo nos encaminámos hácia Zeltheim, sin más bagaje que las armas, sin las cuales no salíamos jamás. Pasado el bosque, y cerca del arroyo de Chacal, con gran sorpresa vímos salir de entre unas matas, gritando á más no poder y corriendo hácia nosotros, á Ernesto y Santiago, quienes nos confesaron que, habiendo oido hablar del proyecto de ir al buque, contaban con aquella estratagema para que los llevásemos con nosotros á la expedicion.

Los recibí con cierta severidad que los dejó desconcertados, diciéndoles:

—Si me lo hubierais pedido en Falkenhorst, quizá uno de vosotros me hubiera seguido; pero ahora es imposible; vuestra madre queda sola con Franz; y ¡cuál sería su inquietud si no volvieseis pronto! Habeis obrado muy de ligero y pagais vuestra imprudencia: con que, largo, y corriendo, llegad cuanto ántes á Falkenhorst; contaréis esta escapatoria á mamá diciéndola de mi parte, que como tendrémos mucho que hacer, lo que no he tenido valor de manifestarla al despedirme, pasarémos regularmente la noche á bordo; pero que no se inquiete, porque he tomado las precauciones convenientes.

Escucharon los dos rapaces mis palabras entre confusos y avergonzados.

—Y para que el viaje de vuelta no sea inútil, añadí, pasaréis por el campo de patatas, de las cuales llevaréis á casa cuantas quepan en los morrales, pero pronto, y sin distraeros, pues sabeis que vuestra mamá se alarma fácilmente. Llegad ántes de medio dia.

Así lo ofrecieron con aire compungido, y ya se disponian á partir, cuando se me ocurrió decir á Federico entregase á Ernesto el reloj de plata que llevaba, para que supiesen la hora, prometiendo darle en cambio otro de oro cuando estuviésemos en el buque, donde sabía existia toda una caja llena. Este arreglo y la inesperada alegria de poseer un reloj, consoló un poco á los niños que se alejaron prometiendo cumplir fielmente cuanto les prescribiera.

Cuando los perdímos de vista continuámos la marcha, llegando en breve donde estaba amarrada la balsa de tinas: nos embarcámos, y con el auxilio de la corriente y los remos, á poco llegámos junto á los restos del buque naufragado.

Mi primer cuidado despues de afianzar la balsa, fue ocuparme en acrecentar los medios de transporte, porque las tinas eran insuficientes para contener la gran cantidad de objetos que trataba de llevarme en aquel viaje, que, segun las apariencias, me imaginaba seria el último. Sugirióme Federico una idea que aproveché: me recordó que los salvajes construian una especie de balsas ó al-