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EL ROBINSON SUIZO.

lindaba con el bosque de los calabaceros, para atalayar desde allí todo un paraíso terrestre. Árboles de toda especie vestian la falda de la colina, y un cristalino arroyo corría mansamente por la llanura, contribuyendo á la belleza y fecundidad del sitio. El bosque que acabábamos de atravesar ofrecia un abrigo contra los vientos del Norte, y la espesa y fresca yerba que tapizaba la vega podia asegurar la subsistencia del ganado; de suerte que por la amenidad del paisaje, lo poco combatido del cierzo y la abundancia del pasto, parecióme este punto el más á propósito para la nueva granja, adhiriéndose todos á mi parecer.

Comenzámos por armar la tienda, disponer el hogar con grandes piedras, á fin de que se aderezase la comida. Miéntras mi esposa y los niños se entretenian en eso, dirigíme con Federico para reconocer el sitio que debia ocupar la nueva casa. No tuve que andar mucho, pues bien cerca encontré un grupo de árboles bien dispuestos, y á proporcionada distancia unos de otros, para que sirvieran de pilares de la alquería. Fuímos trasladando allí las herramientas para comenzar la obra; mas como la tarde estaba ya adelantada y no podia hacerse ya gran cosa aquel dia, quedó aplazada la tarea para el siguiente. Encaminámonos á la tienda, donde mi esposa y los pequeños se ocupaban en desgranar la simiente del algodon. Cenámos sosegadamente y nos recogímos á descansar sobre los blandos haces de yerba que nos tenian dispuestos, los que en breve nos procuraron grato y apacible sueño.