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EL ROBINSON SUIZO.

diéndoles la salida, poco costó hacer prisionera á toda la gente de pluma. Los niños se rieron mucho de esta industria, confesando á una que su madre sabía más que ellos: Santiago fue el encargado de introducirse por debajo de la tienda como zorro en gallinero, y uno á uno nos fue entregando los cautivos, que con las patas liadas, quieras que no, se metieron en un canasto tapado con un cobertor, que se acomodó despues encima de la vaca.

Como mejor se pudo, se hacinaron luego dentro de la tienda los objetos que no pudimos llevarnos; se atajó su entrada con cuantas estacas, barricas y cajas poseíamos, encomendando ese resto de nuestra hacienda á la providencia de Dios, para que nos lo conservara si tal era su voluntad.

Ya dispuesto y arreglado todo, se emprendió la marcha, llevando cada cual á cuestas un saco con provisiones. Federico y mi esposa rompian la marcha. Seguíanles la vaca y el asno montado por Franz; las cabras guiadas por Santiago formaban el tercer cuerpo; el mono cabalgando sobre su nodriza la cabra no cesaba de hacer gestos y contorsiones grotescas; el grave Ernesto iba cuidando de las ovejas, y por último detras de estas, el padre vigilante y solícito constituia la retaguardia. Los dos perros, como ayudantes de campo, flanqueaban y recorrian sin parar toda la línea.

La caravana avanzaba con ordenada lentitud, y aquella marcha solemne tenia cierto aspecto patriarcal.

—Hénos aquí, dijo Ernesto, que siempre la echaba de erudito, viajando como lo hicieron allá en otros tiempos nuestros padres, y como lo hacen aun hoy dia los árabes, los tártaros y demás pueblos nómadas del Asia, que á cada paso cambian de domicilio llevando consigo sus familias, ganados y riquezas. Verdad es que para esa clase de emigraciones no carecen de buenos caballos y robustos camellos, miéntras que nosotros disponemos únicamente de una vaca medio ética y de un asno viejo y trasijado. Lo que es por mí, desearia fuese el último viaje hecho con tan escasos recursos.

—Así lo espero, contestó su madre un poco sentida de la especie de reconvencion que envolvian sus últimas palabras. Te repito que lo espero, y hasta me atrevo á asegurar que nos hallarémos tan bien en el punto adonde por mi deseo vamos, que al fin, si ahora hay quejas, luego todos me han de dar gracias por habérselo hecho emprender.

—No lo dudamos, querida mia, me apresuré á contestar; te seguimos con el mayor gusto, y el bienestar que como consecuencia en adelante disfrutarémos, será para nosotros de un doble precio por cuanto á tí únicamente lo deberémos.

Entretenidos en esta conversacion llegámos al puente, y allí se nos vino á reunir la marrana que se escapara cuando el llamamiento general. Mezclada con el ganado, siguió en su compañía; si bien sus continuos gruñidos demostraban claramente lo poco satisfecha que iba de la caminata.