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que en el cielo no hay noche ni día, ni el sol se pone, porque todo es sol, y luz, y gloria, en aquellas regiones.

Y como D. Fermín insistiera en su superchería, moviendo a un lado y a otro la cabeza, don Mamerto, irritado, y echándolo a rodar todo, exclamó:

—Y por último... niego... el portador. No es posible que su alma de usted se presentara a cobrar la letra... ¡porque los usureros no tienen alma!

—Tal creo—dijo D. Fermín, sonriendo muy contento y algo socarrón—; y como no la tenemos, mal podemos perderla.

Por eso, si viviera el cura aquel de mi parroquia, le demostraría que yo no puedo perder nada. Ni siquiera he perdido el dinero que he empleado en cosas devotas, porque la fama de santo ayuda al crédito. Pero como ya he gastado bastante en anuncios, ni pago esa obra de fábrica... ni aprendo la oración de San Antonio.