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de una teoría, se trata de un hecho viril: del suicidio universal. La ciencia y las relaciones internacionales permiten hoy llevar a cabo tal intento. El que suscribe sabe cómo puede realizarse el suicidio de todos los habitantes del globo en un mismo segundo. ¿Lo acepta la humanidad?"


II

La idea de Judas Adambis era el secreto deseo de la mayor parte de los humanos. Tanto se había progresado en psicología, que no había un mal zapatero de viejo que no fuera un Schopenhauer perfeccionado. Ya todos los hombres, o casi todos, eran almas superiores aparte, d'elite dilletanti, como ahora pueden serlo Ernesto Renán o Ernesto García Ladevese. En siglos remotos, algunos literatos parisienses habían convenido en que ellos, unos diez o doce, eran los únicos que tenían dos dedos de frente; los únicos que sabían que la vida era una bancarrota, un aborto, etc., etc. Pues bueno; en tiempos de Adambis, la inmensa mayoría de la humanidad estaba al cabo de la calle; casi todos estaban convencidos de eso, de que esto debía dar un estallido. Pero, ¿cómo estallar? Ésta era la cuestión.

El doctor Adambis, no sólo había encontrado la fórmula de la aspiración universal, sino que prometía facilitar el medio de poner en práctica su grandiosa idea. El suicidio individual no resolvía