Página:El Señor y lo demás son cuentos (1919).djvu/148

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida
142
 

—¡Siete! ¡ocho!

—¡Cucú! ¡Cucú!

—¡Nueve! ¡diez!

III

—¡Cucú!

—¡Once!—exclamó con voz solemne Adambis; y mientras el reloj repetía.

—¡Cucú!

En vez de decir:—¡Doce! Judas calló y oprimió el botón negro.

Los comisionados permanecieron inmóviles en su respectivo asiento. El doctor y su esposa se miraron: pálido él y serio; ella, pálida también, pero sonriente.

—Te confieso—dijo Evelina—que al llegar el momento terrible, temía que me jugaras una mala pasada.—Y apretó la mano de su marido, que tenía cogida por debajo de la mesa.

—¡Ya estamos solos en el mundo!—exclamó el doctor con voz de bajo profundo, ensimismado.

—¿Crees tú que no habrá quedado nadie más?...

—Absolutamente nadie.

Evelina se acercó a su marido. Aquella soledad del mundo le daba miedo.

—De modo que, por lo pronto, todos esos señores...

—Cadáveres. Ven, acércate.

—¡No, gracias!

El doctor descendió de su trono y se acercó a