Página:El Señor y lo demás son cuentos (1919).djvu/155

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida
149
 

—¿Y qué te dice tu conciencia?

—Me habla de Dios.

—¡De Dios! ¿De qué Dios?

—¡Qué sé yo! De Dios.

—Estás incapaz, hijo. No hay quien te entienda. Explícate. ¿No te burlabas tú de mí porque predicaba, porque iba a misa, y me confesaba a veces? Yo era y soy católica, como casi todas las señoras del mundo habían llegado a serlo. Pero eso no me impedía reconocer que tú, como casi todos los hombres del mundo, tendrías tus razones para ser ateo y racionalista, y recordarás que nunca te armé ningún caramillo por motivos religiosos.

—Es cierto.

—Pero, ahora, cuando menos falta hace, te vienes tú con la conciencia... y con Dios... Y a buena hora, cuando ya no hay quien te absuelva, porque las mujeres no podemos meternos en eso. Eres tonto, Judas, siempre lo he dicho, eres un sabio muy tonto.

—Pues yo no bajo.

—Pues yo no fumo. Yo no me alimento con esas porquerías que tú fabricas. Todo eso debe de ser veneno a la larga. A lo menos, hombre, descendamos donde no haya gente..., en alguna región donde haya buena fruta..., espontánea, ¡qué sé yo! tú, que lo sabes todo, sabrás dónde hay de eso. Guía.

—¿Te contentarías con eso..., con buena fruta?

—Por ahora..., sí, puede.