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—Otro sería más... enamorado que tú. Claro, un sabio no sabe lo que es pasión...

—¿Qué quieres decir, Evelina?...

—Que Adán, con ser Adán, era más cumplido amador que tú.

—Tengamos la fiesta en paz, y renuncia al Balsaín.

—¡Bueno! Pues tú... ya que prefieres cumplir un capricho de quien hace una hora negabas que existiese, a satisfacer un deseo de tu mujer..., tú, mameluco, renuncia a lo otro.

—¿Qué es lo otro?

—¿No se nos ha dicho que seré fecunda en adelante?

—Sí, hija mía; de eso iba a hablarte...

—Pues no hay de qué. Nada de fecundidad.

—Pero, hija...

—Nada, que no quiero.

—¡Así, perfectamente!—dijo la voz que le hablaba al oído a Evelina.

Volvióse ella y vió al diablo en figura de serpiente, enroscado en el tronco del árbol prohibido.

Evelina contuvo una exclamación, a una señal del diablo, que comprendió perfectamente; se dirigió a su marido y le dijo sonriente:

—Pues mira, pichón; si quieres que seamos amigos, corre a pescarme truchas de aquel río que serpentea allá abajo...

—Con mil amores...

Y desapareció el sabio a todo escape.

Evelina y la serpiente quedaron solos.

El Señor
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