Página:El Señor y lo demás son cuentos (1919).djvu/169

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida
163
 

—Comer, perderme... Pues ahora piérdete conmigo, come... y yo te haré feliz... mi adorado Judas...

—Primero me ahorcan. No, señora, no como. Yo no me pierdo. Tú no sabes cómo las gasta Jehová. No como.

Irritóse Evelina, y fué en vano. No sirvieron ruegos, ni amenazas, ni tentaciones. Judas no comió.

Así pasaron aquel día y la noche, riñendo como energúmenos. Pero Judas no comió la fruta del árbol prohibido.

Al día siguiente, muy de madrugada, se presentó Jehová en el huerto.

—¿Qué tal, habéis comido bien?—vino a preguntar.

En fin, hubo explicaciones. Jehová lo supo todo.

—Pues ya sabéis la pena cuál es—vino a decir, pero sin incomodarse—. Fuera de aquí, y a ganarse la vida...

—Señor—observó Adambis—, debo advertir a vuestra Divina Majestad que yo no he comido del fruto prohibido... Por consiguiente, el destierro no debe ir conmigo.

—¿Cómo? ¿Y me dejarás marchar sola?—gritó ella furiosa.

—Ya lo creo. Hasta aquí hemos llegado. A perro viejo no hay tus tus.

—De modo—vino a decir el Señor—que lo que tú quieres es el divorcio... quo ad thorum et habitationem.