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do." Vidal se aventuró por la calle arriba. Al dar vuelta a la esquina, que estaba lejos de la Biblioteca, en la calle inmediata, como a treinta pasos, vió al resplandor de una hoguera un montón informe, tenebroso, que obstruía la calle, que cerraba la perspectiva. "Debe de ser una barricada."

Alrededor de la hoguera distinguió sombras. "Hombres con fusiles", pensó; "no son soldados; deben de ser obreros. Estoy en poder de los enemigos... del orden."

Una descarga nutrida le hizo afirmarse en sus conjeturas; oyó gritos confusos, ayes, juramentos...

No cabía duda, se había armado. "Aquello era una barricada, y por aquel lado no había salida."

Deshizo el camino andado, y al llegar a la puerta de la Biblioteca se detuvo, se rascó detrás de una oreja y meditó.

"Mañana, por fas o por nefas, estará esto cerrado; mi artículo no podrá salir a tiempo... puede adelantarse Flinder... No dejemos para mañana lo que podemos hacer hoy."

Sonó a lo lejos otra descarga, mientras Vidal metía la gran llave en su cerradura y abría la puerta de la Biblioteca. Al cerrar por dentro oyó más disparos, mucho más cercanos, y voces y lamentos. Subió la escalera a tientas, reparó al llegar a otra puerta cerrada, en que iba a obscuras; encendió un fósforo, abrió la puerta que tenía delante, entró en la portería, contigua al salón principal; encendió un quinqué de petróleo que aún tenía el tubo caliente, pues era el mismo con