Página:El Señor y lo demás son cuentos (1919).djvu/175

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida
169
 

que momentos antes se había alumbrado; entró con su luz en el salón de la Biblioteca, buscó sus libros y manuscritos, que tenía separados en un rincón, y a los cinco minutos trabajaba con ardor febril, olvidado del mundo entero, sin oir los disparos que sonaban cerca. Así estuvo no sabía él cuánto tiempo. Tuvo que detenerse en su labor porque el quinqué empezó a apagarse; la llama chisporroteaba, se ahogaba la luz con una especie de bostezo de muy mal olor y de resplandores fugaces. Fernando maldijo su suerte, su mala memoria, que no le había hecho recordar que tenía poco petróleo el quinqué..., en fin, recogió los papeles de prisa, y salió de la Biblioteca a obscuras, a tientas. Llegó a la puerta de la calle, abrió, salió... y al dar la vuelta para cerrar, sintió que por ambos hombros le sujetaban sendas manos de hierro y oyó voces roncas y feroces que gritaban:

—¡Alto!

—¡Date preso!

—¡Un burgués!

—¡Matarle!


"¡Son ellos—pensó Vidal—los correligionarios activos, prácticos, de Mr. Flinder!"

En efecto, eran los socialistas, anarquistas o Dios sabía qué, triunfantes, en aquel barrio a lo menos. Con otros burgueses que habían encontrado por aquellos contornos habían hecho lo que habían querido; quedaban algunos mal heridos, los que menos, apaleados. El aspecto de Fernando, que