nombre del progreso les suplico que no quemen la Biblioteca... La ciencia es imparcial, la historia es neutral. Esos libros... son inocentes..., no dicen que sí ni que no; aquí hay de todo. Ahí están, en esos tomos grandes, las obras de los Santos Padres, algunos de cuyos pasajes les dan a ustedes la razón contra los ricos... En ese estante pueden ustedes ver a los socialistas y comunistas del 48... En ese otro está Lassalle... Ahí tienen ustedes El Capital, de Carlos Marx. Y en todas esas biblias, colección preciosa, hay multitud de argumentos socialistas: El año sabático, El jubileo... La misma vida de Job. No; ¡la vida de Job no es argumento socialista! ¡Oh, no, ésa es la filosofía seria, la que sabrán las clases pobres e ilustradas de siglos futuros muy remotos!...
Fernando se quedó pensativo, e interrumpió su discurso, olvidado de su peligro y el de la biblioteca. Pero el discurso, apenas comprendido, había producido su efecto. El cabecilla, que era un ergotista a la moderna, de café y de club, uno de esos demagogos retóricos y presuntuosos que tanto abundan, extendió una mano para apaciguar las olas de la ira popular...
—Quietos, dijo..., procedamos con orden. Oigamos a este burgués... Antes que el fuego de la venganza, la luz de la discusión. Discutamos... Pruébanos que esos libros no son nuestros enemigos, y los salvas de las llamas; pruébanos que tú no eres un miserable burgués, un holgazán que vive, como un vampiro, de la sangre del obrero...,