Página:El Señor y lo demás son cuentos (1919).djvu/178

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida
172
 

y te perdonamos la vida, que tienes ahora pendiente de un cabello...

—No, no; que muera..., que muera ese... sofista—gritó un zapatero, que era terrible por la posesión de este vocablo que no entendía, pero que pronunciaba correctamente y con énfasis.

—¡Es un sofista!—repitió el coro. Y una docena de bocas de fusil se acercaron al rostro y al pecho de Fernando.

—¡Paz!... ¡Paz!... ¡Tregua!...—gritó el cabecilla, que no quería matar sin triunfar antes del sofista—. Oigámosle, discutamos...

Vidal, distraído, sin pensar en el peligro inmenso que corría, haciendo psicología popular, teratología sociológica, como él pensaba, estudiaba aquella locura poderosa que le tenía entre sus garras; y su imaginación le representaba, a la vez, el coro de locos del tercer acto de Jugar con fuego, y a Mr. Flinder y tantos otros, que eran en último análisis los culpables de toda aquella confusión de ideas y pasiones. "¡La lógica hecha una madeja enredada y untada de pólvora, para servir de mecha a una explosión social!..." Así meditaba.

—¡Que muera!—volvieron a gritar.

—No, que se disculpe..., que diga qué es, cómo gana el pan que come...

—¡Oh! Tan bien como tú, tan honradamente como tú—gritó Vidal volviéndose al que tal decía, enérgico, arrogante, apasionado, mientras separaba con las manos los fusiles que le impedían, apuntándole, ver a su contrario.