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tea como en los mejores tiempos. No se acuerda de sus desgracias. Parece contenta de su suerte. No habla más que de las novedades del día, de los escándalos amorosos. Caín le suelta un piropo como un pimiento, y ella le recibe como si fuera gloria. Una tarde, a la oración, la ve de lejos, hablando en el postigo de una iglesia de monjas con un capellán muy elegante, de quien Caín sospechaba horrores. Desde entonces sigue la pista a la solterona, esbelta e insinuante. "Aquel jamón debe de gustarles a más de cuatro que no están para escoger mucho." Caín cada vez que encuentra a Nieves la detiene ya sin escrúpulo. Ella luce todo su antiguo arsenal de coqueterías escultóricas. Le mira con ojos de fuego y le asegura muy seria que está como nuevo; más sano y fresco que cuando ella era chica y él le daba pellizcos.

—¿A ti yo? ¡Nunca! A tus hermanas, sí. No sé si tienes dura o blanda la carne.—Nieves le pega con el pañuelo en los ojos y echa a correr como una "locuela"..., enseñando los bajos blanquísimos, y el pie primoroso.

Al día siguiente, también a la oración, se la encuentra en el portal de su casa, de la casa del propio Caín.

—Le espero a usted hace una hora. Súbame usted a su cuarto. Le necesito. Suben y le pide dinero; poco, pero ha de ser en el acto. Es cuestión de honra. Es para arrojárselo a la cara a un miserable... que no sabe ella lo que se ha figurado. Se echa a llorar. Caín la consuela. Le da el dine-

El Señor
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