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ro que pide y Nieves se le arroja en los brazos, sollozando y con un ataque de nervios no del todo fingido.

Una hora después, para explicarse lo sucedido, para matar los remordimientos que le punzan, Caín reflexiona que él mismo debió de trastornarse como ella, que, creyéndose más frío, menos joven de lo que en rigor era todavía por dentro, no vió el peligro de aquel contacto. "No hubo malicia por parte de ella ni por la mía. De la mía respondo. Fué cosa de la naturaleza. Tal vez sería antigua inclinación mutua, disparatada...; pero poderosa... latente."

***

Y al acostarse, sonriendo entre satisfecho y disgustado, se decía el solterón empedernido:

—De todas maneras la chica... estaba ya perdida. ¡Oh, es claro! En este particular no puedo hacerme ilusiones. Lo peor fué lo otro. Aquello de hacerse la loca después del lance, y querer aturdirse, y pedirme algo que la arrancara el pensamiento..., y... ¡diablo de casualidad! ¡Ocurrírsele cogerme la llave de la biblioteca..., y dar precisamente con el recuerdo de su padre, con el frasco de benedictino!...

¡Oh! sí; estas cosas del pecado, pasan a veces como en las comedias, para que tengan más pimienta, más picardía... Bebió ella. ¡Cómo se puso! Bebí yo... ¿qué remedio? obligado.

"¡Quién le hubiera dicho a la pobre Nieves que