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"Pero yo soy un texto vivo; yo valgo más que un folleto, que una lucubración pasajera; ese volumen dentro de un año será una hoja seca, olvidada; dentro de dos, un montón sucio de papel, y, moralmente, polvo; en el recuerdo de los lectores que tenga, nada... y yo seré yo todavía; un joven, viejo para la metafísica, pero rozagante, nuevo, siempre nuevo para el amor, que es un dulce engaño compatible con todos los nirvanas del mundo y con todas las obras pías.

"La literatura era una cosa estúpida; porque si era mala, era estúpida por sí, y si era buena, era necio, inútil, entregarla al vulgo que no puede comprenderla. Aquella señora, guapa y todo, con los ojos pensadores y sus cejas cargadas de ideas nobles y de poesía, sería, es claro, como las demás mujeres en el fondo; inteligente sólo en el rostro, no de veras, no por dentro. Si el libro era bueno, caso poco probable, no lo entendería, y si era malo, ¿por qué leerlo?"

Ello era que pasaban el tiempo y la campiña, y el marido no despertaba ni la mujer dejaba la lectura que tan absorta la tenía.

Víctor no pudo más, y fué a la montaña, ya que la montaña no venía a él. Buscó un pretexto para entablar conversación, o por lo menos hacerse oir, y dijo:

—Señora, ¿le molestará a usted el humo... si...?

La dama levantó la cabeza, vió, en rigor por primera vez, a Cano; y reparándole bien, eso sí, contestó, sonriendo con una sonrisa inteligente, que,