¡Bendita sea la Divina Providencia! Ella ha mandado al mundo esta muchedumbre innumerable de pequeños obreros para que se empleen en la recolección de una abundante y preciosa mies, que sin esto sería perdida por el hombre!
Las flores sin número que realzan con mil colores y dibujos el manto de la naturaleza; las flores destinadas para decorar la mansión del hombre, pues que sólo él sabe gozar de su hermosura y su fragancia; esas flores, tan bellas como efímeras, encierran en sus cálices el dulce néctar que el camuatí atesora en sus maravillosas fábricas. ¿Qué cosa hermosa puede haber que no encierre en sí algún bien? Mas la hermosura que no promete sino un fugaz deleite, es una flor sin néctar. Las virtudes y los talentos en la beldad, son cual la miel en el hermoso panal del camuatí.
Ni la mujer fué destinada a brillar solamente en su juventud pasajera, ni las flores fueron hechas con sólo el objeto de ostentar su fugaz belleza. Ellas tienen un alto y sublime destino: en las flores también se verifica el más estupendo de los arcanos de la naturaleza, la obra de la generación. En ellas tienen las plantas su tálamo nupcial. Sus formas bellas, su brillante colorido, sus vanados matices, los perfumes de sus pétalos, el almíbar de sus nectarios, todo concurre para hermosear su himeneo misterioso.
Los melíferos camuatíes son los convidados a estas secretas bodas; y no sólo presencian aquel tierno consorcio que asegura la fecundidad de la tierra y el sustento de los vivientes, sino que ellos también contribuyen a estrechar el amoroso enlace. Introducidos en las corolas, hacen desprenderse el polen fecundante; y establecida así la comunicación