comparación de la infinita creación imperceptible que tiene a sus plantas, y de los infinitos mundos que se vislumbran en la inmensidad del espacio y de todo lo invisible); si a cada paso que dá el hombre, encuentra un prodigio que admirar; si él mismo es un conjunto de prodigios incomprensibles, ¿por qué no levanta su espíritu a la contemplación de la suprema Inteligencia que obró tantas maravillas? ¿Por qué no confiesa con humildad que su ciencia, llena de ignorancia, no es capaz de comprender aquella sabiduría y poder infinitos que resplandecen en todas las obras del Altísimo?
Así lo hizo siempre el sabio. Pero el insipiente, que no ve en una estrella nada más que una pequeña luz, y en una avispa, nada más que un vil insecto, ¿qué creencia podrá conservar, si nada conoce, ni aun su misma incapacidad?
¡Cuan grande se siente el hombre cuando se encuentra capaz de arrancar a la naturaleza alguno de sus recónditos secretos; cuando descubre alguna de las leyes que rigen la máquina del mundo; cuando considera los progresos del entendimiento humano; cuando contempla las maravillas del arte y las obras inmortales del genio! El encuentra en sí un principio fecundo, investigador, creador, sublime, el pensamiento, y se siente elevado sobre todo lo terreno y material, y se enorgullece de su propia grandeza! ¡Empero, cuan pequeño parece a sus propios ojos! ¡cuan confundido, cuando circundado de las infinitas maravillas de la creación, no puede su mente penetrarlas! ¡cuando en faz de la obra de un insecto, no puede medir con ella su orgullosa inteligencia!
La obra portentosa del camuatí, hace siete mil años que tiene el grado de perfección que admiramos