eres el emblema de la Patria; fuerte, invencible, benéfico, hospitalario como sus hijos. ¡Ombú grandioso, incomparable! eres para mí más hermoso que los soberbios pinos de aquella región infausta del otro lado de los mares. Tu gloria oscurecerá su gloria. ¡Amante solitario de nuestros campos! ¡vuelen tus amores en alas del bello camuatí hasta el seno de tu amada, para que tu benéfica copa proteja la cabaña hospitalaria de nuestras pampas!
¡Admirable armonía de todas las obras de Dios! Este insecto pequeño, que apenas percibimos como una ligera sombra que pasa rápidamente delante de nuestros ojos, formando con sus alas un tenue susurro apenas perceptible a nuestros oídos, está sin embargo estrechamente enlazado con la conservación, la reproducción, la vida y los goces de toda la creación terrestre, sin exceptuar al más altivo de los vivientes! ¡Y quién creyera que aun en el orden moral se podría encontrar una relación inmediata entre el insecto y el hombre! ¡entre una sociedad de avispas y la sociedad humana! Y ¿qué tiene que enseñar el hombre a la avispa del camuatí? ¿No tiene, más bien, mucho que aprender de su maravillosa industria, de su laboriosidad, de su economía social, de sus costumbres?
Mi alma se sobrecoge de admiración y de respeto cuando veo a un insecto ejecutar operaciones que presuponen tanta habilidad, tanto saber, tanta previsión. No puedo menos que ver allí una sabiduría suprema que ha querido confundir y humillar la soberbia de la ciencia humana.
Si a cada paso que da el hombre, si a cada mirada que arroja sobre el corto número de objetos que están al alcance de sus sentidos (cortísimo en