erróneamente lo asegura nuestro Grigera en su Manual de Agricultura.
Hace algunos años que en una publicación popular he combatido este pernicioso error que impide la multiplicación de esos inocentes y útiles compañeros del hombre, que con tanta frecuencia como confianza lo visitan, aun en el interior de su morada, como si vinieran a ofrecerle sus servicios.
El mante o mamboretá es un insecto que ha llamado siempre la atención del pueblo y de los doctos en todos los países, inspirándoles asombro y reverencia.
La antigüedad veía en el aire meditabundo y la vestidura talar del mante, una semejanza de las antiguas Sibilas, y creía que realmente vaticinaba lo futuro, según lo acredita el nombre genérico que le dieron, que significa profeta. Hoy mismo casi todas las naciones del antiguo mundo miran este insecto con una especie de superstición, atribuyéndole facultades de un orden elevado y sobrenatural, como lo prueban los nombres que se le han aplicado científicamente, tales como: el santo, el religioso, el devoto, el predicador, el mendicante, el adivino. En el África central, según el viajero Caillaud, es este insecto objeto de verdadera adoración; según Sparman, es venerado como una divinidad tutelar por los Hotentotes, quienes tienen por santa a la persona en que por casualidad se llega a posar un mante; en Turquía lo miran como insecto sagrado: y en todo el Oriente se le tributa una especie de culto, y se considera como una señal feliz encontrárselo en su tránsito. En la Europa culta se le mira con admiración; en Francia se le tiene igual estimación, lo llaman prie-Dieu (ora a Dios) y creen