Capítulo XXII
Los mosquitos, las moscas, los piques y otros parásitos obligan al hombre a preservar su morada de los miasmas que inficionan la pureza del ambiente, necesaria para la vida, y a la práctica del aseo en su persona, que tanto importa para la conservación de la salud.
Las aguas encharcadas, las inmundicias y putrefacción de toda especie son los criaderos donde pululan las larvas de tan incómodos insectos, al mismo tiempo que son el foco de las emanaciones que alteran la bondad del aire respirable.
El único inconveniente real que tienen las islas es la molestia que causan los mosquitos en la estación del verano; pero, como sólo invaden por la noche, fácil es librarse de ellos con el uso del mosquitero, o ahuyentándolos con zahumerios. El barón de Humboldt en sus viajes por la América ecuatorial observó que los mosquitos no pasaban de una capa muy baja de la atmósfera, de unos doce a quince pies de altura; de modo que estableciendo a algunas varas de elevación un retrete para pasar