envuelve, sale el mosquito hecho y derecho, para tormento de los demás vivientes.
Ahora bien, con la populación y el cultivo de las islas, habrá cada vez menos aguas detenidas, porque se despejarán los canales obstruidos por los camalotes y árboles derribados, se limpiarán todas las acequias de desagüe, y se harán desaparecer los lagunajos para utilizar el terreno. Hoy es ya notable la diminución de los mosquitos en los puntos habitados del delta. Si en nuestras ciudades los hay (a veces más tenaces y astutos que los de las islas), es porque tienen su criadero en los aljibes y otros depósitos de aguas pluviales.
Además de que, esa molestia, sólo sentida en algunas noches calurosas del verano, ¿no está suficientemente compensada con la seguridad de no ser uno incomodado por ningún otro insecto ni sabandija de los que en todas partes abundan? En el delta no existen aquellos ápteros chupadores que nos privan del sueño, y que no podemos evitar con el mosquitero. En la apacible mansión de las islas no hay insectos que causen la menor molestia durante las horas del dia; no hay bichos ofensivos, ni reptiles ponzoñosos, ni se multiplica alli la oruga que despoja los árboles de nuestras quintas, ni existe la langosta que tala los campos, ni la hormiga destructora de las flores y las frutas. ¿Qué paraje hay en el mundo conocido, que con menos inconvenientes reúna mayores ventajas que las preciosas islas del río Paraná? ¡Cuántas regiones que hoy vemos cubiertas de plantas útiles y ganados de todas especies fueron antes el exclusivo dominio de las fieras! El hombre, atraído por la fertilidad del suelo, estableció allí su morada, destruyó los focos de