Se ven magníficas tiendas de campaña que tienen por mástil central un seibo oprimido con el peso de un denso tejido de lianas, que, después de haber subido por su tronco, se descuelgan por toda la periferia de su copa, y arraigan de nuevo en el suelo, formando a su alrededor un gran círculo de cordones y cortinas.
Entre la confusión de tanta variedad de plantas trepadoras, son notables: el isipó, de tallos tan largos y fuertes que se emplean como cordeles; la afamada zarzaparrilla, única planta espinosa de las islas; una leguminosa que produce pequeños porotos que los leñadores saben aprovechar para su alimento; el carapé, que da una papa comestible en forma de torta; el tasí, que se señala por la magnitud y rareza de sus frutos, y más por la particular propiedad que tienen sus pequeñas flores de atrapar por la trompa a las mariposas que se le introducen para chupar el néctar.
Las enredaderas se agrupan en torno de los árboles en tal muchedumbre que he llegado a contar hasta diez especies sobre un solo tronco, trabándose entre ellas una verdadera lucha por encaramarse y ganar la luz.
Unas suben enroscándose; otras ensortijando sus zarcillos; otras agarrándose con sus garfios; otras asiéndose con los pedículos de sus hojas, y hay una que, aunque encuentre el tronco del árbol enteramente cubierto de otras lianas, se introduce como una sierpe con la punta de su tallo, dura y lisa, asegurándose con las espinas de que se va erizando, al paso que adelanta camino, hasta que se sobrepone a sus rivales, y sólo entonces empieza a desplegar sus hojas.