que llegaría nuestra patria, con el inmenso campo que se brinda en ella a la industria en su dilatado territorio virgen, en sus riquezas no explotadas y en las que yacen ignoradas, si se levantase un día una generación compuesta de individuos todos educados y en posesión de los medios poderosos de la ciencia y de los procederes de la industria moderna? Con el desarrollo de la inteligencia y la moralidad, ¡cuánto no crecería su potencia de producción! ¡cuánto la fecundidad de la industria! ¡cuántos recursos nuevos, no sospechados aún no descubriría en las artes y en la naturaleza! Con la educación y la instrucción así difundidas, se aumentarían en igual proposición las probabilidades de la aparición de las grandes capacidades y los genios creadores que ilustran y engrandecen a los pueblos.
Aquel gran pensamiento de Leibnitz: Si se reformase la educación de la juventud, se conseguiría reformar el linaje humano; paradoja en aquel siglo, sueño dorado de las almas nobles, que ha tenido en la época presente su realización en la América del Norte, produciendo la nación más poderosa, libre y próspera del mundo; ese pensamiento formulado para nosotros por Rivadavia en esta bella frase: La escuela es el secreto de la prosperidad y del engrandecimiento de los pueblos nacientes, es hoy bien comprendido por todas las inteligencias; es ya una verdad casi trivial, de la que nadie duda, y que sólo espera el impulso del Poder para dar a nuestra sociedad un nuevo ser, y salvar de su inminente ruina nuestra nacionalidad y nuestra raza.