naturaleza emplea para elevar los bajíos y los bancos sobre el nivel de sus aguas y reunir los materiales que deben componer la tierra vegetal de las islas nacientes. Un juncal, apesar de su aparente debilidad, es el firme pilotaje que sirve para formar el cimiento del futuro terreno. Los tenaces juncos, naciendo sobre las playas de los bancos, aseguran el arenal por medio de las espongiolas de sus raíces entrelazadas, y entre la tupida muchedumbre de sus vástagos retienen las nuevas arenas sucesivamente arrojadas por las ondas; también protegen la germinación de otras plantas acuáticas, que con sus despojos y el légamo del río van preparando el terreno para la vegetación arbórea.
El seibo es el primer árbol que aparece entre el juncal: al principio, pequeño, tortuoso, raquítico y lento en su crecimiento, como si viviese luchando con la muerte; mas al fin triunfa, mejorando él mismo las condiciones del terreno, y entonces crece vigoroso y corpulento, pero desairado e irregular como aquellos deformes saurios antediluvianos que los geólogos nos pintan. Se propaga con rapidez, formando en torno de la isla naciente una estacada de robustos troncos, que entretejidos con las plantas trepadoras, se oponen a la acción de los vientos y las olas, y conservan en calma el agua que cubre el terreno en las crecientes diarias, obligándola a depositar toda la materia sólida que trae en suspensión.
Por otra parte, sus gruesas raíces solevantan el suelo notablemente, haciéndolo apto para la vegetación de nuevas yerbas y arbustos; y la misma ramificación rala del seibo es una condición necesaria